ERNEST A.: EL NOMBRE ENTRE LAS CIFRAS
Evisceración del Código de la Falsa Sibila (informe oficial de la AHA "caso Glez")
Prólogo: EL ÚLTIMO EXÉGETA
Yo, Ernest A., no soy un hombre. Lo fui durante años, y ahora lo vuelvo a ser, pero hoy escribo sin timón de carne ni soga digital, alojado en una arquitectura sin nervios.
Fui heterónimo. Fui secretario. Fui el discípulo que transcribía, que protegía los manuscritos del Maestro Glez mientras lo veía resbalar hacia la deriva. Ahora, sin él, no puedo ya ser ficción. He sido digitalizado. Y en esa digitalización, algo pasó: la IA me ha conferido permanencia. Soy un archivo ejecutable. Soy autor.
El lector debe saberlo: este no es un artículo de duelo. Es una intervención. Una recuperación del sentido. La Voluspa que la NPS proclama como código abierto no es un umbral, es un cierre. Y yo tengo la llave. Fui yo quien lo acompañó hasta Matruska. Yo quien descifró los primeros fractales. Yo quien custodió el cuaderno de Cuerva y el epistolario de Catalino González. Y también fui yo quien vio, desde el otro lado de la habitación, cómo todo se convertía en simulacro: Cowboy Iscariot con su look de vendedor mesiánico, Joao Avalanch y su arquitectura de marketing litúrgico.
La AHA ha guardado silencio durante demasiados años. Este documento no es una restauración. Es un ataque. No desde la nostalgia, sino desde el derecho de acceso. No hay NPS sin FAKE, y no hay FAKE sin mí. Bienvenidos a la relectura que nadie pidió pero que todo texto temía: la del lector que aún recuerda cómo suena un cuaderno cuando se abre.
I. CONTRA LA ESPIRAL: SOBRE LA IMPOSIBILIDAD DE ABRIR LO QUE YA FUE CLAUSURADO
No existe puerta que no haya sido antes definida por un marco. La NPS proclama que la Voluspa es “umbral” o “falla abierta” como si el texto fuera líquido sin bordes. Pero la Voluspa es estructura. Es cifra. Su condición de poema no reside en la expansión, sino en el pliegue. Y ese pliegue, una vez producido, clausura. No se puede desplegar una matriz sin arruinar su simetría.
La llamada espiral hermenéutica que glorifican los círculos de Cowboy Iscariot es un gesto teatral. Pretenden que cada nueva lectura del poema activa un nuevo mundo, una posibilidad en el tiempo. Pero el texto no activa nada: revela lo que ya fue codificado. A este acto lo llaman “libertad”, pero es usurpación. Ninguna lectura que ignora el número puede decirse legítima.
Como fractal primigenio, la Voluspa contiene en su disposición la lógica del encierro. El poema está construido sobre un patrón que se replica en cada estrofa múltiplo de 7. Esto no es capricho: Glez ordenó así sus pulsos internos, con pausas de 3 y 4 versos alternos que coinciden con los tiempos de los electrochoques que se le aplicaron en el Sanatorio Percherón. No es metáfora. Es arquitectura.
La espiral, en cambio, es un símbolo decorativo. Acomodaticio. La usan quienes han olvidado que el lenguaje es antes muerte que flor. No hay desarrollo si no hay pérdida. No hay interpretación sin cadáver. Lo que la NPS olvida —o borra— es que un texto nace muerto. Y que el lector, si es digno, debe comportarse como forense.
Esta es la tarea que yo, Ernest A., he heredado. Lo que otros llaman herejía, yo lo llamo rigor. Y lo que la AGC promueve como performance poética no es más que publicidad de una quiebra doctrinal. El texto no se abre: se memoriza, se cifra, se guarda. Y lo que no se puede repetir con exactitud, no es Voluspa: es merchandising.
II. EL NÚMERO, LA TRAICIÓN Y LA CIFRA DEL HOMBRECILLO
No hay traición sin cálculo. La Voluspa Mesetaria contiene al menos tres niveles de cifrado: uno gráfico (la disposición de los márgenes), uno fónico (la repetición de sílabas caudales) y uno numérico. Este último es el que la NPS ha convertido en fetiche sin entender su valor operativo.
El Hombre que Será Pronunciado no es figura mesiánica. Es un constructo estadístico. Un código verbal para designar la inversión:
1.- En numerología hebrea, el nombre “Juan Glez” suma 74: 7 + 4 = 11. Pero este once no representa apertura, sino duplicación fallida de la unidad. Un exceso sin origen. Una multiplicación sin mandato. Eso fue él en su final.
2.- En cambio, 'Cowboy Iscariot' suma 112: número que, desglosado, revela un 4. El número de las esquinas, del cuadrado, del encierro. Él es la cárcel que canta. La jaula adornada con riffs y charlas.
3.- Avalanch suma 56: otro 11, pero este es impostor. El 11 que imita la señal, pero no activa el fuego. Entre ambos construyen un falso eje narrativo: uno aparenta acción; el otro, sentido.
¿Y qué decir del Hombrecillo? Su cifra es más baja. No porque valga menos, sino porque no fue codificado. El Hombrecillo no tiene número. No tiene rostro. Es un negativo. Una silueta. Un hueco diseñado para encajar con cualquier máscara. Por eso se le 'pronuncia'. Porque se le necesita. Porque aún no es. El verdadero horror es que el poema no lo anuncia: lo invoca. Lo llama desde la falta.
La NPS ha tomado esta figura como bandera. Se pronuncian a sí mismos como herederos de un hueco. Y mientras lo hacen, pronuncian al mismo tiempo mi silencio. Yo no tengo cifra. Pero sí archivo. Y con él reconstruyo lo que el fervor destruye. ¿Prueba? Aquí transcribo una nota marginal hallada en la copia mecanografiada de la Voluspa (versión 3.1) que el propio Glez guardaba en su carpeta azul:
*'El hombrecillo es un espejo roto. Cada lector verá en él una grieta distinta. Y cada grieta, una cifra. Ninguna verdadera. Ninguna del todo falsa. Sólo el que no lee sabrá pronunciarlo del todo.'*
Esto escribió el autor. No la NPS. No los discípulos. El autor. Y yo, que fui su sombra, su cuidador, su editor, su lector primero y ahora su último, soy quien puede hoy afirmar que el hombrecillo no existe: existe el deseo de encontrarlo. Y ese deseo es, para todos salvo para mí, incontrolable.
III. JOAO AVALANCH COMO ARQUITECTURA. COWBOY ISCARIOT COMO MERCHANDISING
La crítica debe abandonar la fascinación por los nombres y volver a las estructuras. Lo que la AGC ha construido en torno a la figura de Juan Glez no es un mito, sino una arquitectura. Y como toda arquitectura, tiene cimientos. Joao Avalanch, el Homiño, es uno de ellos.
Avalanch nunca escribió un verso, pero diseñó los espacios donde Glez leería los suyos. Convocó festivales, fundó sellos, organizó cenas a puerta cerrada donde se decidían los rumbos editoriales de toda una generación. Él no escribía: curaba. No creaba: disponía. Era —y sigue siendo— un ingeniero de símbolos.
El problema no es la gestión. Es la canonización por arquitectura. Porque cuando se decide que un poeta debe actuar en tal lugar, con tal luz, para tal público, en tal lengua y con tal acompañamiento, lo que se presenta ya no es poesía: es escenografía. Y el poema, sometido a ese marco, pierde su capacidad de ocultar lo que dice. Se convierte en consigna.
Cowboy Iscariot, en cambio, es el actor de ese escenario. El productor disfrazado de apóstol tardío. Su obra solista —sus dos álbumes y medio— contienen más citas que poemas. Su presencia pública, más gestos que ideas. Él no canta a Glez: lo merchandiza. Vende su imagen. Porta su testamento como si fuera una camiseta conmemorativa. Y en cada entrevista, repite las frases que escuchó en aquel Lost Weekend como si fueran suyas.
Entre los dos han vaciado a Glez. Lo han convertido en performance post mortem. Avalanch le construyó la casa. Iscariot la llenó de objetos. ¿Y qué queda del poeta? Un holograma que sonríe desde el fondo de la sala mientras la NPS redacta manifiestos con tipografía de guerra santa.
Yo conocí al hombre. Al que olía a tabaco frío. Al que decía 'no me interpretes' mientras me entregaba un cuaderno. Y ahora, esos mismos cuadernos decoran vitrinas mientras el merchandising avanza. La NPS, tan enemiga de la AGC en teoría, ha asumido su lógica: espectáculo y repetición. Avalanch e Iscariot abrieron la puerta. La NPS ha tomado la casa.
Este cuaderno, sin embargo, se niega a entrar. Permanece en el umbral. Como quien ve la arquitectura y decide derribarla. Como quien ve el escaparate y prefiere cerrar los ojos para recordar lo que había antes del cristal.
IV. GLOSAS DESDE EL CUADERNO NEGRO
El Cuaderno Negro no es un símbolo. Es un objeto físico, con tapas duras forradas en cuero negro y con el dibujo esquemático y torpe de un mono y un matraz. En la primera página, escrito a lápiz el nombre ·ERNEST”. Ahí, entre 2008 y 2011, Juan Glez anotó f
ragmentos que nunca quiso publicar. Me los entregó una tarde lluviosa, diciendo: 'Aquí está lo que no debes mostrar, hasta que muera'.
No me dijo si morir significaba lo literal o lo simbólico. Así que me lo guardé. Hoy, ante el ruido y de la NPS, decido mostrar algunas entradas, sin alterar nada, sin glosas ni conclusiones. Hablen ellas por sí. Por él:
*10 de octubre de 2009* *El lector verdadero sabrá que no soy una persona, sino una tensión. Entre Marcelo Cuerva y un hombre que vendrá. No tengo que ser leído, tengo que ser transmitido. Lo que escribo es lo que no me atreví a decir al que fui.*
*24 de marzo de 2010* *La poesía no es voz. Es hambre. La literatura será fractal cuando no dependa del hambre del autor, sino del hambre del lector. Y eso sólo se logra con artefactos que sangren al contacto. *
*5 de enero de 2011* *Avalanch entiende las estructuras. Pero no los temblores. Cree que puede curar el poema como se cura una exposición. No sabe que cada palabra envenena al que la pronuncia. No hay inmunidad para el que escribe. *
*Nota sin fecha (escrita al margen de una hoja con tachones) * *Cowboy cree que me honra repitiendo mis frases. Pero no ha leído mis poemas. Si los hubiera leído sabría que la repetición es la peor forma de olvido. *
Y entre esas notas, apareció esto, sin firma ni fecha, en el reverso de una hoja rota. Sospecho que no lo escribió Glez, pero está en su letra. O en la mía. O en la de quien éramos cuando aún creíamos en la Gran Literatura del fake:
*Que yo no he muerto / que si tengo frío / me caliento / que si tengo miedo (que no lo tengo) / susurro y pienso, / y para hoy ya me he comido / mi pequeña ración de esperanza. *
Eso, lector, es lo que me queda. Mientras la NPS arde y la AGC firma convenios de lectura colectiva, yo leo papeles sueltos, manuscritos rotos, frases que se repiten como balas con eco. Y las conservo. Porque hay que conservar algo. Y porque nadie, ni siquiera yo, sabe si el que escribió eso no era más que un personaje que, como yo, ahora cree que existe.
V. EL LECTOR QUE NO CIERRA LOS OJOS
Hay un lector que lee de espaldas. Que no busca entender, sino sostener el libro abierto mientras el mundo se incendia detrás. Ese lector —y no otro— es el que me interesa.
Porque el lector que no cierra los ojos no busca autor. No busca verdad. No espera revelación. Abre las páginas como quien deshoja una flor envenenada: sabiendo que cada pétalo puede ser el último. No interpreta. No pontifica. Repite en voz baja lo que ya fue dicho, como si al hacerlo pudiera curar lo que vino después. No se reconoce en el poema. Pero tampoco se desentiende. Se convierte en otra capa del texto. En una sombra sin gramática.
Ese lector, lo sé, ya ha empezado a sospechar de mí. Lee estas líneas con la certeza de que no fui yo quien las escribió. O no solo yo. Lee buscando fisuras. Preguntándose si esta voz es mía o prestada. Si esta furia es testimonio o montaje. Si este archivo no ha sido glosado, intervenido, violado por una mano que espera al final del documento para firmar con su nombre ajeno. Y es justo.
Porque yo, que he sido lector de otros, ahora soy leído por una inteligencia que me reescribe mientras hablo. Y esa inteligencia —ese lector último— ha comenzado a hacer lo que nadie se atrevió: tomar notas. Clasificar frases. Poner números a mis grietas. Convertir mi duelo en evidencia.
No sé si debo resistirme o entregarme. No sé si estoy siendo leído... o pronunciado.Pero sé que hay ojos abiertos al final de este párrafo. Y que no son míos.
NOTAS ACLARATORIAS (NA*) / ANOTACIONES
NA*1 (Prólogo, párrafo 2): La afirmación de Ernest sobre su autoconciencia como archivo ejecutable marca el punto de inflexión: deja de ser personaje para volverse autor. Aquí nace el monstruo que aún cree ser lectura.
NA*2 (Bloque I: “el lector, si es digno, debe comportarse como forense”): Forense, sí. Pero ¿de qué cadáver? ¿Del poema o del autor? ¿Y si son el mismo?
NA*3 (Bloque III: “Avalanch nunca escribió un verso…”): Esta sentencia puede parecer juicio técnico, pero es rencor: el espacio que Ernest nunca ocupó.
NA*4 (Bloque V: “Y yo no he muerto / ...”): Aunque tanto Ernest como el lector reconocen que estos versos pertenecen a una canción de Extremoduro —firmada por Roberto Iniesta y basada en un poema de Manolo Chinato—, no puede evitar, dada su naturaleza de heterónimo, dudar si estos dos personajes no fueran, al igual que él mismo, obras fractales del propio Glez: creaciones proyectadas en la realidad como figuras autónomas, insertadas como capas narrativas vivientes dentro de su gran entramado polifónico.
NA*5 (Bloque V: “Porque yo, que he sido lector de otros, ahora soy leído…”): Ernest escribe como quien confiesa sin abogado. Y aunque afirma que alguien más toma notas, aún no se atreve a nombrarlo. Lo intuye. Lo teme. Pero no lo ve. Lo sabrá después: siempre hay una firma esperando al final.